martes, 20 de abril de 2010

Algo más sobre Obras Completas y otros cuentos de Augusto Monterroso. Tertulia 16 de abril de 2010

Aunque no tuve más remedio que felicitar a Susana por su reseña de la tertulia, me encantó, no quiero dejar de apuntar algunas de las cosas que en nuestra última tertulia se comentaron sobre Augusto Monterroso y el libro que habíamos escogido para la misma: Obras completas y otros cuentos.

La tertulia propiamente dicha, -los prolegómenos gastronómicos, la recepción de los asistentes y una puesta al día de nuestras vidas siempre son lo primero- comenzó con una lectura de la biografía de Monterroso, escrita por Daniel Mesa, quien es profesor de Literatura hispanoamericana en la Universidad de Zaragoza y que está publicada en el volumen “100 escritores del siglo XX – Hispánico”. Recojo al final algunos párrafos que nos llamaron especialmente la atención ya que contextualizan algunos de los cuentos que tuvimos la oportunidad de leer en el libro que nos ocupa.

Los comentarios a los cuentos del libro fueron en general positivos, decantándose cada uno los que asistimos por uno diferente. Así Miguel Angel, dijo que le encantó la permanente indefinición del protagonista de “Leopoldo a sus trabajos”, y que en general, los cuentos cobraron para el mucha intensidad en los primeros, decayendo, para luego subir su interés en los últimos títulos. Creo recordar que “Primera Dama, fue el cuento que entusiasmó a Jon, por la estupidez del personaje como símbolo del poder (la esposa del Presidente empeñada en recitar sus cursis poemas en público, abusando de su posición).

A Teresa y a Paloma les gustó la historia del gigante sueco en el cuento de “El Centenario”, donde el malogrado personaje sucumbe a su propia codicia ante la chingada de un mexicano que el arrojó una moneda de oro al suelo.

Yo me quedé con el cuento de Diógenes también, donde destaqué la idea de que como la agresividad puede ser una rasgo hereditario, así lo interpreté del cuento, dónde el personaje se sitúa a veces como el padre agresor y otra veces como el hijo.
Miguel Angel también nos desveló “la verdadera” interpretación del cuento de El Dinosario. Dijo, “de buena fuente” que en realidad era le propio Monterroso que se refería así a un molesto compañero de habitación (El Dinosaurio) que permanecía en su cama cuando se despertó.

Tuvimos también la oportunidad de jugar a completar el cuento de “El Dinosaurio”, en el que respondiendo a las preguntas ¿Qué pasó antes? Y ¿Qué pasó después? Y ante la foto de un “auténtico” dinosaurio”, pudimos desarrollar nuestra labor literario-creativa. Ninguno coincidimos en los finales y comienzo creados del cuento, tal el poder sugestivo de creatividad del cuento. Destacó Cristina por su desmarque ante las cuestiones planteadas y ella misma prefirió a su vez formular un bueno número de preguntas –a las que ninguno supimos contestar- y que la consolidan como la filósofa de la tertulia-.

Lo que dice Daniel Mesa.

“Al hablar de Monterroso, la paradoja y el tópico parecen inevitables: pequeño gigante de las letras hispanoamericanas contemporáneas; inconmensurable maestro de la brevedad; inteligentísimo explorador de la insondable tontería humana; risueño contador de cuentos tristes…Todo eso fue, entre otras cosas, Monterroso. Su figura desborda las fronteras nacionales y no sólo con la (paradójica) magnitud de su obra, que, según quienes han querido medirla, no debe alejarse mucho de las mil páginas. En realidad, no resulta fácil decir de dónde era Augusto Monterroso: nacido en Honduras, l 21 de diciembre de 1.921, eligió la nacionalidad guatemalteca, porque en ese país transcurrió su juventud y allí alcanzó la mayoría de edad; y, finalmente, se radicó en México, desde donde fue irradiando su escritura. Su patria – otro tópico, al fin- fueron las letras.
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En 1936, la familia, que se movía “nerviosamente” entre Honduras y Guatemala, se instala definitivamente en este último país. Al año siguiente, el joven Augusto comienza a trabajar en una carnicería, cuyo “ilustrado” dueño le orienta en su primeras lecturas. Nueva paradoja, nuevo tópico: entre la carne comienza a cultivar el espíritu; es allí donde Monterroso empieza a leer a los clásicos, a estudiar latín, a fraguar su impenitente auto didactismo.
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En 1.952 publica un par de cuentos, que se contarán entre los más conocidos suyos: “El concierto”, sátira de las relaciones del poder con la cultura, y “El eclipse”, concisa fábula anticolonialista, que luego pasarán a su primer volumen de relatos, que está empezando a cobrar forma en esos años.

……Cuando en 1.954, Arbenz es derrocado, …Monterroso renuncia a su cargo diplomático (Cónsul de Guatemala en Bolivia) y se traslada a Santiago de Chile, Allí publica uno de sus cuentos más famosos , “Mister Taylor”(1.955), que había traído escrito de Bolivia. La historia de ese “cazador de cabezas en la selva amazónica” , que la final resulta víctima del éxito de su propio negocio, ha sido leída como alegoría de las relaciones neocoloniales, de los absurdos a que puede llevar la lógica del despojo y del máximo beneficio, que hacía estragos en Centroamérica. Es también, quizá principalmente y tristemente, una extraordinaria fábula, contada con un tremendo humor negro, sobre la estupidez humana, el gran tema monterrosiano.
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En 1.956, se produce el regreso definitivo de Monterroso a México, donde emprenderá trabajos académicos y editoriales, al tiempo que prepara el que será su primer libro, publicado en 1.959, el titulado irónicamente Obras completas (y otros cuentos). Ahí incluye la mayoría de los relatos publicados previamente y también el que será su más famoso texto, el “minicuento” .que Monterroso se divertía llamándolo novela- titulado “El dinosaurio” (“cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”). A partir de esta línea, tan citada, parodiada y a menudo tergiversada , se genera la leyenda de Monterroso, como “maestro de la brevedad”, aunque la mayoría de los relatos de este primer volumen son de extensión “regular”. A partir del huevo de ese dinosaurio, puede decirse, eclosiona un género: la minificción, sin que Monterroso pudiera hacer mucho por evitarlo.
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Joaquín 20 de abril de 2010

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